Mi galería del móvil está llena de imágenes de libros, también de capturas de pantalla con frases que voy encontrando por ahí, fragmentos de textos más largos que he leído, que leeré después, o que no leeré nunca completos, a veces frases que escucho al caminar por la calle o que alguien me regala sin darse cuenta. En mi ordenador tengo carpetas esparcidas por el escritorio llenas de imágenes parecidas. Me gusta pensar que algún día las utilizaré para algo, aunque en el fondo sé que se quedarán ahí para siempre. Podría escribir una carta con todas esas frases. Una carta como un manifiesto, que empezase con aquello que dijo Lucia Berlin: «Exagero mucho, y a menudo mezclo la realidad con la ficción, pero de hecho nunca miento»; después este poema de Mary Oliver: «Yo no sé con certeza lo que es una oración. / Sin embargo sé prestar atención / y sé cómo caer sobre la hierba, / (…) Dime, ¿qué más debería haber hecho? / ¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto? / Dime, ¿qué planeas hacer con tu salvaje y preciosa vida?»; y esto de Joan Didion, claro: «Creo que siempre es aconsejable mantener una relación cordial con la persona que éramos en el pasado, da igual que nos resulte una compañía atractiva o no. De otra manera, esa persona aparece sin avisar y por sorpresa, se pone a aporrear la puerta de la mente a las cuatro de la madrugada de una mala noche y exige saber quién la abandonó, quién la traicionó y quién va a reparar el daño causado»; podría seguir con este fragmento de Milena Busquets: «Me sonreías desde lejos y yo sabía que tu sabías que las dos sabíamos, y que en secreto agradecíamos a los dioses aquel regalo insensato, aquel chapuzón perfecto en alta mar, aquel atardecer rosa, aquellas risas después de una botella de grapa, las payasadas para que las personas que ya nos querían muchísimo, nos quisieran todavía un poquito más». En la carta debería haber algo de humor, me gustaría añadir esto de Ringo Bonavena, el boxeador argentino: «La experiencia es como un peine que te dan justo cuando te quedas calvo», y también esto de Fran Lebowitz: «Odio el dinero, pero me encantan las cosas. Lo odio, pero me gustan los muebles. Lo odio, pero me gustan los coches. Lo odio, pero me encanta la ropa. Odiar el dinero está bien si odias las cosas, porque entonces eres el Dalai Lama». Seguir con esto que alguien dice en el documental Deformer, de Mike Mills: «Ed es un manojo de nervios que siente la vida. Todas sus partes están unidas para formar una persona completa. Feliz, triste, amigable, mezquino, directo, extraño y, por supuesto, sumamente desquiciado, como todos nosotros. Como se supone que debe ser. Como es, en realidad». La carta podría terminar con estos versos de un poema de Luis García Montero: «Y cuando me convoquen a declarar mis actos, / aunque solo me escuche una silla vacía, / será firme mi voz. / No por lo que la muerte me prometa, / sino por todo aquello que no podrá quitarme». Bueno, no. Espera. Podría terminar con esta frase de un guion de Cassavetes, Love Streams, pronunciada por Gena Rowlands: «El amor es una corriente, es continuo, no se detiene». Aunque no tengo ni idea de si será cierto. Me queda la esperanza. Puede que, entonces, termine con esto de Rilke: «El propósito de la vida es ser derrotado por cosas más y más grandiosas».
Esto está inspirado en este artículo de Leila Guerriero, a la que no he citado pero a la que podría mencionar en todas las conversaciones, da igual el tema, si me lo propusiese.
Mary Oliver siempre la mejor 🙂↕️❤️🩹
Esto es maravilloso ❤️