«¿Cómo es posible que seamos todos tan pringados?». Fuera llovía como lleva lloviendo toda la semana, con insistencia, una lluvia agotadora que a veces disfruto y a veces me molesta. D. y yo tomábamos nuestra primera limonada de la temporada y hablábamos sobre la ruptura —o algo parecido— de R. cuando le hice esa pregunta. «Porque en este grupo seguimos siendo unos románticos», contestó ella. No estoy del todo seguro de lo que significa eso —de lo que significa de verdad, quiero decir, aunque algo me puedo imaginar: significa que luchamos como jabatos y sufrimos como perros, que nos hacemos los locos y fingimos no saber que están a punto de destrozarnos, aunque lo sabemos, por supuesto, y aguantamos lo que sea hasta el final de las consecuencias—, pero es posible que D. tenga razón, puede ser que haya algo raro en el agua de este pueblo y puede ser que ya estemos todos contaminados.
La ruptura de R. es la misma ruptura de siempre: quiere estar al lado de alguien, pero no puede ser; R. sufre por esto y la otra persona no —o al menos da la impresión de no estar sufriendo, que en la mente del que sufre es la máxima traición, exactamente lo mismo que no sufrir nada—. La relación ha sido también así, igual que todas las relaciones, en realidad: una jerarquía entre el que quiere más y el que quiere menos, el que duerme tranquilamente por las noches babeando la almohada y el que termina desarrollando insomnio, el que está dispuesto a todo y el que no. De esto R. no se ha dado cuenta hasta ahora, o no se ha querido dar cuenta, claro (esto le pasa incluso a los mejores). Después de meses de mareos, de esperar mensajes, de analizar conversaciones, de intentar descifrar cada gesto sospechoso, de conformarse con un amor de baja intensidad, de soportar una tibieza casi cruel, de tener la ilusión secuestrada, de comprobar que efectivamente su perfil seguía apareciendo en Tinder, de tragarse el orgullo y desgastar la dignidad: se ha terminado. Podría parecer que se ha estirado demasiado, que debería haber terminado antes, pero la verdad es que ha terminado exactamente cuando tenía que terminar. En realidad nunca se puede adelantar el final, no importa cuánto te empeñes y, sobre todo, no importa cuánto se empeñen tus amigos.
Al final cambiamos de tema. Un par de horas —y de limonadas— más tarde nos fuimos del bar. Mientras caminaba bajo la lluvia en dirección a mi casa —puede que un poco afectado por el alcohol— me imaginé a R. volviendo a su propia casa al salir del trabajo, y de paso haciendo una parada en el supermercado para comprar tres o cuatro cosas que le hacen falta, y también algo dulce. Me imagino que lleva puesta la chaqueta de lana que le regaló su madre justo antes de mudarse a otro país por un amor que entonces estaba empezando. Después de camino a algún karaoke para tomar una cerveza con sus amigos, una cerveza que no disfrutará del todo, claro, por mucho esfuerzo que le ponga, y luego otra vez de camino a su casa. Me imagino que al llegar se tumbará en una cama que de repente le parecerá enorme y mirará a través de esa ventana colocada a la altura del suelo del jardín, preguntándose qué está haciendo en ese país, en esa ciudad, en esa casa. Y me imagino que, mientras hace todo esto, se compadecerá de su propio dolor (como hemos hecho todos), y querrá ser cualquier otra persona (como hemos querido todos), y deseará una vida menos miserable (como deseamos todos). Después se pasará.
Adele canta sobre el río de su infancia, el río junto al que se crio: «When I was a child I grew up by the River Lea / There was something in the water, now that something’s in me / Oh, I can't go back». Esto lo dice justo después de reconocer que a veces se siente sola, que a veces se siente sola porque nunca nada es suficiente para ella (esto también le pasa incluso a los mejores). Cuando me asalta un fuerte arrebato de cambiar, de convertirme en otra persona, de intentar volverme impermeable a la parte dolorosa de la vida, siempre termino llegando a la misma conclusión: es inútil pensar en cambiar, ya es demasiado tarde. Sea lo que sea lo que hay en el agua, está dentro de nosotros. No podemos volver atrás. Además, así es muchísimo más divertido.
Conformarse con un amor de baja intensidad, nunca. Díselo a R. ❤️
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