Personas a las que quiero, y que me quieren, no entienden por qué alguien, cualquiera, elegiría compartir ciertos aspectos de su intimidad. Lo critican sin darse cuenta, o eso me parece a mí, de que yo hago exactamente eso.
Estábamos en una fiesta, lo pasábamos bien. De repente, pum. En situaciones así no me involucro demasiado en la conversación y trato de redirigirla rápidamente, evitar la incomodidad, pasar a otra cosa, convertir cuanto antes el presente en el pasado. No me molesta que piensen así, tampoco pienso en dejar de hacerlo, pero me aleja de ellos. Si tuviese que explicarles por qué lo hago, por qué elijo exponerme aquí de esta forma, me causaría un esfuerzo agotador intentar citar todos los motivos, y es posible que ni siquiera entonces lo comprendiesen. Lo hago porque solo vivir me resulta incómodo. O lo entiendes o no lo entiendes. Es doloroso pensar que, incluso cuando las personas te quieren desinteresadamente, nunca llegarán a comprenderte del todo, y tú nunca llegarás a comprenderlas a ellas. Que siempre habrá algo que nos resultará extraño. Que, cuando termina el día y nos metemos en la cama, aunque estemos acompañados, todos estamos completamente solos. Es una desgracia y un milagro, al mismo tiempo.
Dice Leila Guerriero en su charla «Mirar, escribir, volver a mirar»: «Se hace porque, aunque encaje, uno sabe que no encaja».
Como respuesta a uno de mis textos, J., un amigo de otra vida, me envió un correo en el que decía: «No eres el único que suele sentirse raro, ni lo serás, ni lo seremos».
Todo esto me recuerda a aquella frase que pronunció P. durante una conversación lamentable y que no he conseguido sacarme de la cabeza, algo así como que debería dejarme llevar menos por mis emociones. Esa frase tan trillada, que en realidad nadie sabe lo que significa, y que utilizan como lema los genios iluminados de Instagram que han alcanzado una supuesta plenitud absoluta, equilibrada y vacía. Digo que fue lamentable porque era una conversación destinada al fracaso, está claro, incluso antes de empezar. Reconozco que demasiada intensidad puede llegar a ser un coñazo, pero ¿quién no es, de vez en cuando, un coñazo? Esos genios iluminados deben creer que tienen todo el tiempo del mundo.
Escribo sobre la vida para que la vida parezca normal. Sigue siendo así, solo con la realidad no me basta. Disfruto, imagino, de esta exposición, porque la verdadera privacidad nunca se comparte con nadie, y seguimos siendo una panda de incomprendidos, y así será para siempre. Estas son solo las tonterías que nos ocurren a todos: el amor, el sexo, la amistad, el dolor, la muerte, y la vida. Estas son, precisamente, las cosas que nos acercan a los demás. No me avergüenza hablar de esto. Me avergüenza mucho más fingir que no existe. Lo hago porque lo peor que le puede pasar a uno es sentir indiferencia. Atravesar la vida con pasividad. Ser un cobarde.

Nunca diría que aquí compartes tu intimidad. Creo que quien haya dicho eso, no ha entendido nada. El problema es que hay mucha gente que jamás entiende nada.
Qué maravilla de texto. Necesitaba un abrazo como este para seguir con el lunes. Un saludo de otra intensa incomprendida.